La Historia siempre ha hablado y
escrito mucho sobre el poder y devastación de las legiones romanas, auténticas
máquinas de matar que entablaron legendarios combates contra todo tipo de
adversarios en cualquier rincón de su vasto imperio y en ocasiones incluso
fuera de sus propios límites. Temibles a campo abierto, en donde formaban un
todo muy compacto, fueron uno de los principales causantes del ascenso de Roma
y de su posterior consolidación como única y omnipotente potencia del
Mediterráneo y de buena parte de la Europa Central. Pero no todo se basó en el
ejército de "tierra" sino que también existió una marina de guerra
que si bien no cosechó tantos triunfos como las legiones, gracias a ella, el Mare Nostrum (nombre que dieron los
romanos al Mediterráneo) disfrutó de unos siglos de relativa calma y
tranquilidad, en donde comerciantes y navegantes podían casi campar a sus
anchas liberados de los posibles ataques piratas.
Pero es bastante poco lo que
sabemos de la marina romana, ya que siempre ocupó un pobre papel en el organigrama
militar romano y hay apenas estudios monográficos que se refieran a tan
interesante tema. Además, hay que añadir que los restos arqueológicos y
epigráficos tampoco nos dan demasiada información al respecto, ya que de los
primeros en su mayoría son de barcos civiles hundidos destinados al transporte
de mercancías y de los segundos apenas sí hay mención. No obstante, se puede a grosso modo realizar un mínimo estudio
del desarrollo de la marina romana y de la importancia que tuvo para Roma y
para el Mediterráneo.
Los orígenes de la marina
comenzaron a finales del siglo IV a. C., periodo en donde la conquista de
Italia casi había finalizado (exceptuando la Magna Grecia en el sur) y empezó a
poner sus miras hacia el mar. En el 311 a. C., la República romana constituyó
un equipo de dos oficiales, llamados duoviri
navales (encargados de realizar la flota), y cada uno de ellos mandaba una
escuadra compuesta por 10 barcos, probablemente tirremes. Para este periodo de formación, carecemos de fuentes para
conocer la actividad de estos escuadrones si exceptuamos la derrota que los
romanos sufrieron ante la flota de Tarento en el 282 a. C. No obstante, hay que
considerar que la incipiente flota romana aún no estaba preparada para grandes
empresas bélicas y muchas veces recurría a ciudades aliadas con tradición
marítima (los llamados socii navales) quienes proporcionaban barcos y
marineros para la causa romana.
El estallido de la I Guerra
Púnica en el 264 a. C., hizo variar y mucho, el enfoque que hasta entonces los romanos
habían dado a su marina de guerra. El enfrentamiento con Cartago, la otra gran
potencia que pugnaba por el dominio del Mediterráneo central y occidental,
obligó a los romanos a mejorar su flota ya que el poder del ejército cartaginés
residía en el mar, por ello, en el 261 a. C., se ordenó la construcción de una
flota de 20 tirremes y 100 quinquerremes (más grandes que los tirremes pero menos maniobrables)
añadiendo además un elemento que a la postre resultaría ser decisivo: el corvus. Este nuevo elemento consistía en
una especie de pasarela, izada en lo alto de una especie de mástil en la borda,
a cuyo extremo iba un garfio de hierro con el objetivo de que atravesara las
planchas de la cubierta del barco enemigo, se quedase sujeto y permitiera el abordaje
de los soldados. Este nuevo experimento trajo en jaque a los cartagineses, que
no pudieron contrarrestarlo de ninguna de las maneras y empezaron a sufrir
derrota tras derrota hasta tal punto que la I Guerra Púnica se decidió en el
mar a favor de Roma, gracias en gran parte al corvus pero también gracias a la experiencia y entrenamiento que a
lo largo del conflicto los romanos adquirieron con el desarrollo de las
batallas navales.
Tras la I Guerra Púnica, la
supremacía naval fue exclusivamente de Roma y la II Guerra Púnica (218-201 a.
C.) sólo hizo certificar este hecho, ya que Cartago rehusó en todo momento
entablar combate sobretodo por la superioridad romana en cuestiones de
abordaje, por ello, al erigirse como potencia naval única e incontestable se
decidió disolver parte de ella, porque no hacía falta mantener a tantos
efectivos (debido al gasto que ello conllevaba) y sí reforzar el número de
hombres para las legiones romanas. Esto repercutió negativamente a la relativa
seguridad del Mediterráneo en donde poco a poco y de manera uniforme, la
piratería fue recobrando fuerza hasta que de nuevo la situación se alarmó de
tal manera que se hizo necesario mantener a raya a los piratas. Especialmente
famosos fueron los piratas cilicios, cuyas bases se situaban en la accidentada
costa del sur de Asia Menor y que regularmente realizaban incursiones con
barcos rápidos y pequeños como las liburnas
o los hemiolas que componían
verdaderas flotas navales bajo el mando de almirantes. La situación se tornó
grave para Roma cuando las incursiones llegaron a Italia en el 70 a. C., lo que
provocó que el Senado tomara medidas. Mediante la aprobación de la Lex Gabinia
en el 67 a. C., Pompeyo el Grande, coincidiendo con el inicio de sus conquistas
en Oriente, fue el encargado de limpiar el Mare
Nostrum de piratas y durante tres
años barrió literalmente el Mediterráneo dejando libre a Cilicia con el
objetivo de atacar a los piratas huidos. La campaña fue un éxito y Pompeyo fue
clemente con los piratas concediéndoles tierras por sus barcos, lo que propició
de nuevo el regreso de la tranquilidad y paz al Mare Nostrum.
Interior de una quinquerreme
Las guerras civiles de finales de
la República hicieron necesario el uso de la marina de guerra. Tanto Pompeyo
como César y más tarde Marco Antonio y Octavio, especialmente éstos últimos,
dirimieron la supremacía por el control de Roma no sólo mediante batallas
terrestres, sino navales. Sin duda, la más importante y conocida fue la de Accio en el 31 a. C., que supuso la
mayor batalla naval jamás librada en la historia de Roma, en donde Agripa,
lugarteniente y amigo de Octavio, consiguió vencer a Marco Antonio y Cleopatra,
que si bien lograron escapar, abrieron las puertas de par en par para la
entrada de Octavio a Egipto y su ulterior victoria frente a Cleopatra. Una vez
que Octavio se convirtió en Augusto y se erigió en el nuevo amo del mundo
conocido, una de sus principales tareas fue la de crear una armada permanente
que se mantendría hasta finales del Imperio, impidiendo el surgimiento de algún
rival, transportando ejércitos, oficiales y despachos y suprimiendo a los
piratas cuando era necesario. Por ello, creó dos bases importantes, una en
Miseno (classis Misenensis) y otra en Rávena (classis
Ravennatis) trasladadas a
Constantinopla en el 330 d. C., cuando Constantino la hizo nueva capital del
Imperio, aparte de otras bases provinciales como la classis Germanica, flota
fluvial que controlaba el Rin y el Mar del Norte, la classis Alexandrina, con
base en Alejandría (Egipto) o la classis
Aquitanica, con sede en Aquitania y
que intervino en las guerras cantabro-astures (28-19 a. C.). También existían
otras creadas en momentos anteriores como la classis Britannica de
época de Julio César con motivo de sus expediciones a las Islas Británicas o la
classis Syriaca, establecida por Pompeyo y que controlaba el Mediterráneo
oriental.
Por último, añadir que en el
transcurso del Imperio, es decir, del 27 a. C. hasta el 476 d. C., tan sólo se
libró una batalla naval y fue en el 323 d. C., cuando el emperador de Occidente,
Constantino derrotó a su máximo rival Licinio quién al mando de 200 trirremes
no pudo hacer nada frente a los 80 barcos ligeros de Constantino, demostrándose
que el tirreme era ya historia y que
la era de la antigua marina de guerra había llegado a su fin.
Si queréis saber más, he de deciros
que si exceptuamos la tesis de M. Reddé titulada “Mare Nostrum” realizada
en 1986, no hay casi estudios monográficos sobre este tema, por lo que hemos de
remitirnos a obras más generales sobre la historia y estructura del ejército
romano. Os recomiendo las siguientes obras, en donde al menos, viene alguna
referencia sobre la marina de guerra romana.
- Anglim, S., et alii: Técnicas bélicas del mundo antiguo (3000 a. C- 500 d. C.): equipamiento,
técnicas y tácticas de combate.
Madrid: Libsa, 2007.
- Cordente Vaquero, F.: Poliorcética romana (218 a. C-73 d.C.).
Madrid: Universidad Complutense de Madrid, 1992.
- Forni, G.: Esercito e marina di Roma antica: raccolta di contributi. Stugartt:
Franz Steiner, 1992.
- Goldsworthy, A.: El ejército romano. Madrid: Akal, 2005.
- Le Bohec, Y.: El ejército romano. Barcelona: Ariel,
2007.
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